viernes, 28 de diciembre de 2018

Un caballero, un dragón y un tesoro... otra historia de la vida común y corriente






Estaba parado en el umbral esperando a que alguien abra la puerta. El sudor bajo sus brazos y frente era el producto de unos nervios indomables que como la peste diezmaban la calma en su interior. 

¿Qué clase de demente espera de pie en la entrada a la fortaleza de un dragón? 

Esta idea, era sin duda alguna, una audaz e inexplicable artimaña o una forma poco convencional de cometer suicidio. En todo caso ahora lo sabría.

Esa mañana había salido de casa tranquilo y con conciencia del riesgo al que se enfrentaría. Llevó consigo sus armas y puesta su armadura que limpió la noche anterior.

Definitivamente, su disposición era su mayor ventaja y su objetivo superaba el miedo mismo a la muerte. 

Entonces escuchó pasos en camino hacia la puerta.

Era posible que despertara a la bestia pues el sonido de un trueno se precipitó con furia desde el oscuro interior.

Toda esta excitante experiencia comenzó cuando (sin esperarlo durante una de sus andanzas) encontró un tesoro que no podía ser poseído por nadie. No se trataba de manera alguna de montañas bañadas en oro o el elixir para la vida eterna; su valor era simplemente inestimable.

Este tesoro único era la compañía y atención de una hermosa dama que conoció y que lo cautivó por completo con el pasar del tiempo.

Así es, el caballero parado en la puerta a la espera de un posible encuentro mortal, se hallaba ahí por el tesoro que el feroz dragón custodiaba con su vida.

Sin embargo, y a diferencia de los relatos épicos y típicos que hemos leído o escuchado, este caballero no planeaba "rescatar" a la dama en custodia de las garras del dragón...

El sol en el patio  delantero era muy fuerte (lo que lo hacía sudar aún más), la ansiedad empezaba a tomar control de su cuerpo al ocasionar pequeños espasmos nerviosos en las piernas mientras escuchaba su corazón latir como si se encontrase dentro de su cabeza.


El ruido en el interior de aquel lugar tenebroso iba en aumento, el valiente caballero se sentía morir a medida que la amenaza parecía más próxima y se cuestionó de manera tardía si saldría con vida al finalizar el día.

La puerta se abrió con un destello luminoso que descuadró al caballero por completo, pues no fue a recibirlo el dragón que habitaba en la fortaleza sino la cautivadora dama por quien estaba profundamente enamorado.

El caballero sentía un alivio que podía ser comparado solo con el alivio que sintieron los valientes guerreros combatientes en la Batalla de Supletorios.

La doncella lo abrazó y besó mientras él todavía se encontraba en el umbral atónito por la dulce y repentina sorpresa. Al cabo de unos cuantos besos más se adentraron en la morada del dragón.

Ella inundaba la cámara con alegría, luz y tranquilidad; de pronto una monstruosa sombra se apoderó del lugar (que quedó totalmente a oscuras) y de las profundas tinieblas apareció ante ellos el dueño de casa: Un imponente dragón rojizo capaz de carbonizar a un ejército completo solo con la mirada ,que posó sobre el caballero de forma repelente, este, muy nervioso saludó tartamudeando con cortesía.

Hubo un silencio corto, el ambiente era tenso y las miradas entre el caballero y el dragón se clavaban una en la otra con recelo.

Al cabo de un momento la huraña criatura se volvió a la doncella con una mirada suavizada  y respondió aparentando serenidad al saludo del caballero.

-¿Cómo te llamas?- preguntó con tono firme el dragón.

-Me llamo Rubén, señor- contestó el caballero mirándolo fijamente olvidando por un momento su miedo pero no su decencia.

El dragón tenía una actitud inquisidora y reservada, pensaba para sí mismo que el muchacho ante sus ojos pretendía hurtar su tesoro y a su vez que ocultaba sus intenciones tras un velo de buenos modales. El caballero, por otro lado, se sentía arrinconado y preocupado por su vida al encontrarse finalmente en un lugar tan peligroso con un feroz anfitrión. Sin embargo, pese a que ambos estaban a la defensiva tenían algo en común: sentían miedo ante la idea de perder el amado tesoro.

Poliana (la dama dulce), incómoda por la tensión en el ambiente hacía lo posible por que este fuera diferente, aún así, parecía ser inútil; su guardián solo intimidaba cada vez más a su amado y esto demandaba un problema crítico. 

No fue sino hasta que el dragón pudo darse cuenta de esta situación que, de forma repentina, bajó la guardia en un gesto de indulgencia recordando vagamente su juventud. Por desgracia estos recuerdos lejanos despertaron en él la razón de su comportamiento fiero y amenazante, así que retomó su actitud severa.

El miedo parecía estar en cada rincón de la casa y en la mente de los presentes. Los silencios ganaban espacio y una extraña pesadez se asentaba sin intenciones de abandonar el sitio.

Poliana imploraba al dragón con la mirada temiendo que este acabe con su joven amor. Rubén y el vigía se veían en silencio temiendo y suponiendo una serie de pensamientos alarmantes para cada uno.

- ¿Qué estás estudiando?- Preguntó el dragón al cabo de unos minutos.

-No estoy estudiando todavía señor- Respondió el joven caballero.

-Y ¿Qué estás haciendo?

-Estoy esperando para aplicar a la universidad el mes que viene.

-¿Qué vas a seguir?

-Artes plásticas señor.

Al escuchar semejante respuesta se presentó de manera involuntaria un gesto de decepción en el frío rostro del interrogador. -"Si va a estar con mi hija, por lo menos que estudie algo que le vaya a dar de comer."- Pensaba el dragón para sí.

Sin querer ya se había formado un perfil con respecto al muchacho parado ante él, y eso le preocupaba mucho. Por su mente pasaba el pensamiento de que los artistas mueren de hambre, consumen drogas y llevan vidas desordenadas guiadas por vicios y excesos.

Lanzó una mirada incrédula a la dama que lo miraba molesta adivinando sus pensamientos.

El joven caballero pudo notar el desapruebo de su anfitrión y una serie de amargos sentimientos lo invadieron. Estaba agotado.

Bastaba que el dragón escupiese una bocanada más de fuego para acabar con el caballero aspirante a artista. Entonces para finalizar, la bestia atacó al chico con una pregunta final.

-¿Cuáles son tus intenciones con mi hija?

La pregunta hizo que Poliana abriera los ojos como platos y se pusiera roja. Rubén calló y bajó la mirada.

El dragón había ganado.

- No pienso que un muchacho que a duras penas tiene idea de la vida sea conveniente para mi hija...- hizo una pausa, y cuando iba a retomar sus palabras Rubén lo interrumpió.

-Disculpe señor, hasta ahora no le he faltado el respeto o esa al menos no ha sido mi intención. Vine aquí para que usted pudiera conocerme. Mis intenciones con su hija son las mejores. Quiero amarla y disfrutar del tiempo con ella. Perdóneme si soy muy honesto, pero soy joven y obviamente tengo muchas cosas por aprender. Mi idea de la vida es que podemos llegar a donde nos propongamos y hacer lo que deseemos.

Rubén no podía creer lo que había dicho pese a que todo era cierto. Su respuesta desconcertó al dragón y ambos permanecieron largo rato en silencio.

Poliana entendía perfectamente la situación ya que alguna vez fue "dragona" cuando la que sería su madrastra llegó a casa por primera vez.

En esta ocasión ella era la mitad entre dos partes que amaba, que la amaban y que no la poseían.

El dragón luchaba una batalla interna con su caballero de la juventud y su miedo por perder el tesoro que más había cuidado.

Finalmente el dragón habló: No puedo decidir por Poliana, ella es el tesoro que cuido desde que lo recibí, pero finalmente ella toma sus propias decisiones al momento de elegir con quién compartir su felicidad. Tal vez te juzgo mal porque no veo más allá de lo que el miedo me permite. Si ella quiere estar contigo procuraré ser menos severo. Soy capaz de matar por ella así que espero que no le des problemas.

Y sin decir más se retiró al interior de su fortaleza.

Rubén miraba incrédulo hacia la oscuridad, Poliana lo tomó de las manos y juntos se perdieron en sus propias miradas enamoradas que ahora descansaban ante la llegada de una profunda paz.


J.G. Dávila
















miércoles, 5 de septiembre de 2018

Arigatou!



¡Bienvenido! (Youkoso en japonés), si lees esto es porque probablemente me viste hoy en el trole o en un bus.
Este fue mi primer día de trabajo (serio) y te voy a contar cómo estuvo:

Comencé saludando a un grupo de pasajeros que estaban muy inmersos en sus propios universos, les conté sobre mis metas y me miraron atentos.

Estaba dichoso de que me vieran directamente y estaba dichoso de tener su atención. Al acabar mi discurso pasé por cada puesto donde parecía que a nadie le había interesado y de repente, una niña de unos cinco años (más o menos) me estiró la mano con una moneda de cinco centavos.

-Empezamos bien la mañana- Pensé con mucha ilusión después de ver a mi pequeña lectora.

Cuando llegamos a la estación del Labrador continué con mi camino y fue ahí donde me topé contigo; soltando de vez en cuando una sonrisa animada o clavándome la mirada con interés. Momentos como esos ¡fueron en donde más me sentí vivo! y también, por supuesto, cuando participaste o me viste activamente mientras hacía mis preguntas.

A lo largo del día (emocionado como estaba) salí de un apretujón por las puertas del trole en una parada que no recuerdo y me di cuenta que mi teléfono y billetera habían volado como palomas después de comer.

Pensé en muchas cosas con un poco de desánimo hasta que recordé que hay cosas aún más importantes al fin y al cabo; así volví a entrar en otro vagón del trole y me volviste a ver y te volviste a reír con mis locuras.

Finalmente no hubo nada más increíble que compartir con tanta gente maravillosa de ojos iluminados con miradas visionarias que brillaban con mi testimonio.

No lo olvides querido lector (o querida lectora) "Es más fácil seguir el camino cuando sabemos a donde vamos", no dejes de soñar ni de plantearte metas ; sobretodo, si ya las tienes puedes tomar mi ejemplo para motivarte a pensar que siempre hay forma de trazar la ruta a donde te dispongas a ir.

Gracias por haberme ayudado! (Arigatou gozaimasu) nos veremos de nuevo.


J.G Dávila

domingo, 22 de julio de 2018

Mittens...

Era uno de esos días normales en el colegio, por ese entonces yo estaba en mis doce años y como alguna vez te conté, amaba profundamente a los gatos (esos pedacitos de ternura pura con pelo que respiran amor y expulsan amor).

Un día una chica de mi curso me dijo que su gata había dado gatitos, entonces (como era propio de mi en esa edad) le pedí que me regalara uno. Sin embargo, tener un gato en ese tiempo era algo que para mí no pasaba del deseo porque todos en mi casa eran alérgicos (con a mayúscula) y tener un gato demandaba tiempo, espacio, entre una serie de condiciones y magnitudes físicas más; por si fuera poco decían que era una "gran responsabilidad", así que por esas razones, el hecho de tener un gato en mi casa era simplemente utópico.

Un buen día, después de mi petición fantástica e impulsiva llegó a mis manos una hermosa gata pequeñita de pelaje claro, que parecía tener no más de un mes de nacida. Estaba muy delgada y temblaba mucho, sus maullidos eran apenas oíbles y a mis ojos y manos era una bolita de algodón de azúcar.

No creía que verdaderamente estuviera pasando, ¡tenía un gato bebé en mis manos! su dulzura simplemente nublaba todas las razones por las que no podía tener un gato en la casa.

Ese día, olvidándome de las restricciones pasé con la pequeña de un lado a otro, pensando únicamente en dónde haría sus necesidades y una vez arreglado eso en mi mente me dediqué por completo a tenerla entre mis brazos o acurrucada en mis piernas.

Finalmente, después de pasar todo el día juntos era hora de que conozca mi casa, así que tomé a "Mittens" (como el nombre que tiene la gata de la película Bolt) y la llevé conmigo.

Era excesivamente tierna y me hacía sentir que me derretiría con su encanto, con ella estaba muy tranquilo mientras era consumido lentamente por su dulzura infinita.

Íbamos en la buceta del colegio para la casa cuando saltó a mi mente el aterrador pensamiento de que mi adorada Mittens no fuera aceptada, así que en el tiempo que quedaba hasta llegar pasé pensando en el argumento preciso que le permitiera quedarse para siempre conmigo.

Cuando llegamos  y mi mamá vio a Mittens me dijo justamente lo que yo más temía en ese instante; me dijo que la pequeña no podía quedarse.

Ese rato traté de convencerla hábilmente con mi elocuente palabrería, pero no dio el resultado esperado.

Sentía que mis esfuerzos habían sido inútiles del todo y me sentía terrible por los millones de sentimientos jóvenes y hermosos que abundaban dentro de mí y que Mittens me producía.

Mis papás me dijeron que el gato debía irse por las razones que conocemos y eso simplemente me destrozaba.

Todos mis argumentos, todos mis planes, se caían como un juego de bloques acomodado en una mala posición.

Al final la historia termina con un muchacho de doce años llorando mientras camina de puerta en puerta por el conjunto en el que vive con la llegada de la noche sobre él y su pequeña amiga en sus brazos arropada con un saco tibio.

Sin duda alguna estos fueron momentos tristes para mí, sobre todo porque llegué a encariñarme sin medida alguna.

Afortunadamente encontré a alguien que adoptó a la pequeña; se trataba del señor guardia del conjunto. Tras hablar con su novia llegó a tomar la decisión de llevar a la gata con él.

Posterior a eso regresé a mi casa sin nada acurrucado entre mis brazos y con los ojos hinchados, luego lloré hasta quedarme dormido.

Esta, querido lector, puede catalogarse perfectamente como una dramática historia triste, o así prefiero catalogarla yo, aún así pienso que este relato recibe esta calificación porque yo sentí la tristeza que ahora comparto contigo, de todos modos pensándolo bien, esta no es más que una historia cotidiana en la vida de un chico.

Todos nosotros hemos pasado por momento de absoluta tristeza.

Es obvio que a nadie le gusta sentir dolor, sin embargo, el dolor querido lector, nos permite aprender y nos ayuda a fortalecernos sean cuales sean las circunstancias que estemos afrontando.

Finalmente, el tan odiado por todos (menos por los masoquistas), cuando cumple su acometido y aprendemos a continuar con nuestro camino en el que hallaremos más de una alegría, se va esperándonos en algún otro punto en el que será (una vez más) pasajero.

Te invito a no temerle al dolor porque es parte de nuestra vida como lo es la alegría, la paz y el amor.

Pese a todo lo que puedas sentir es tu deber buscar tu propia felicidad y encontrar tu paz, recuerda que si ahora duele, (como suele decirme mi papá) "Esto también pasará".


J.G Dávila

viernes, 29 de junio de 2018

Negro



Era un portal a otro mundo con sus penetrantes ojos esmeralda de mirada hipnótica e intimidante. Sus puntiagudas orejas sensibles al susurro del silencio y su larga cola que parecía tener vida propia; pero, sobre todo, el profuso color negro que invadía cada parte de su ser, que absorbía y atrapaba de manera permanente la luz, ese “color” oscuro que era su maldición.

Vagabundeaba entre la espesura de las tinieblas y era una sombra en la noche negra.
Su presencia se disfrazaba con las prendas de la ausencia. Solo sus ojos hacían una fugaz aparición en medio de la oscuridad al igual que un par de luciérnagas.

Su elegante caminar era sorprendido únicamente  por el pálido brillo de la luna sobre el terciopelo negro de su vestido.

Mientras era “invisible” bajo un basto manto cubierto de estrellas de débil titilar no corría peligro, la noche entera era suya y gozaba con calma de la libertad que le ofrecía un amplio mundo por conocer.

En horas nocturnas la ignorancia no merodeaba a sus anchas pues el miedo predominaba sobre cualquier impulso irracional. Sin embargo, con la repentina llegada del sol todo era diferente puesto que el Astro Rey era su verdugo y la luz su inquisidora, por el hecho de descubrir y condenar con aversión su forma maldita, una forma impregnada de especulación, rumores y terror.

En aquel entonces, los de su clase eran condenados por presunta brujería pero en realidad eran ejecutados por pecados humanos.

 Al fin y al cabo solo en la mente del hombre un animal como el gato puede ser fiel cómplice de Satán.



J.G Dávila




Amor, gatos, amor a los gatos y ¡gatos por el amor de Dios!





-¿Algún tipo de alergia?

- A los gatos y al amor.


Cuando era pequeño mi animal favorito era el león, esto derivó a que tenga un enorme gusto por toda clase de felinos para concluir a mis seis años que tenía uno particular  por los gatos, este no tenía proporción y era simplemente desmedido.

En ese entonces para mí, un sueño hecho realidad era tener la oportunidad de pasar una tarde entera rodeado de gatos para acariciarlos y cuidar de ellos, y es que sentía que los amaba, podía tranquilamente morir por un minino o hacer lo posible para que esté bien. Creo que resumiría todo decir que cuando me preguntaban sobre qué quería ser cuando crezca, mi respuesta era un firme: “Un gato”.

Sin embargo, mi gusto irracional venía  acompañado por un defecto de fábrica que descubrí a  los mismos seis luego de acariciar un neko[1] e involuntariamente restregarme los ojos. En ese instante me sentí como boxeador después de pelea porque estos se hincharon como nunca, adquirieron un color rojizo que vino seguido de una comezón fastidiosa, provocando que a medida que rasque, mis ojos se hinchen más.

Por supuesto, no entendía a qué se debía tal ALERGICA reacción, por lo que esperé a que mi tía (que estaba cerca) luego de verme de manera sobresaltada despeje mis dudas diciendo que padecía de alergia a los gatos.

No pudo haber peor noticia para mí, sentí que el mundo no sería lo mismo jamás ya que había perdido todo su color.

Los síntomas eran: Hinchazón exagerada en los ojos y exceso de mucosa nasal.

Años después, habiendo superado mi alergia a los gatos, puedo decir que me sentía perfectamente.
Rondaba una edad que por el momento me es difícil precisar, cuando comencé a notar algo interesante que me recordó mucho la tarde en la casa de mi tía.

Al compartir con una persona que me importaba era víctima de las siguientes reacciones: Taquicardia, tartamudeo, manos sudorosas, estupidez y nerviosismo. Quería comprobar si mi corazón estaba hinchado para asegurarme de que estos fenómenos se trataban de una nueva alergia a algo que no podía entender.

Los síntomas se repitieron mucho con el paso del tiempo y cada vez me preocupaban más, pero no tanto como el hecho de no poder hallarles explicación.
Finalmente la respuesta se manifestó súbitamente, ¡Era  alérgico al amor y a sus efectos secundarios!

 -¡SE PUEDE IR A LA …
casa de mi tía!- me lamentaba para mis adentros

¿Cómo podía ser posible? ¡Primero los gatos y ahora el amor! -¿Acaso nací para no ser feliz?-  preguntaba victimizándome.

Así pasé toda la primaria, huyendo de mis alergias, evitando ser atacado con las reacciones ocasionadas por mi imprudencia.

El amor era definitivamente algo que me gustaba sentir al igual que mi gusto por los gatos en el pasado. Recordé entonces que después de un corto periodo de haberme enterado de mi alergia a los pequeños ingratos mi cerebro pareció omitirlo y regresé a acariciarlos y a estar con ellos pese a los síntomas que describí antes, entonces llegué a la conclusión de que con el amor podía ser igual.

No se puede evitar tomarse molestias o sentirse estúpido, enfermo o incómodo si se quiere llegar a algo tan puro como un gato o el amor, o el amor de un gato.

Hasta ahora tengo taquicardia, tartamudeo y los nervios me consumen. Hasta ahora moqueo como si el cerebro se me fuera a salir por la nariz y mis ojos siguen hinchándose como bolas de billar, solo que ahora no temo experimentar estas reacciones porque el fin las justifica.

 No puedo negar que algunos gatos rasguñan y que incluso de vez en cuando el amor puede doler, pero finalmente  (igual que las alergias) son cuestiones que no impiden el deseo de vivirlas para poder sentir ese calor dentro del pecho y esa ternura en el alma.



J.G Dávila



[1] Gato en japonés.

sábado, 16 de junio de 2018

Tu




Tu

Puedo esperar a tu regreso, aunque tu ausencia sea larga. No me molesta mirar en silencio el paso lento de las cosas con el breve correr de los segundos infatigables.

Puedo ser feliz sin la necesidad de tenerte cerca, entonces… ¿Por qué esperarte? ¿Por qué mirar callado como crecen los niños, como pasan los carros, como salen y se ocultan la Luna y el Sol aguardando tu llegada?

Porque pese a que no dependo de ti para estar bien…

Porque no eres una necesidad para mi al igual que yo no lo soy para ti; disfruto de manera especial mirar contigo, solo contigo y en silencio el paso lento de las cosas con el correr de los segundos infatigables.






J.G Dávila

sábado, 9 de junio de 2018

Meditación esporádica





Sentado en un sillón simulando escuchar lo que a su alrededor dicen, corre mezclándose con su sangre un grado mínimo de alcohol que le puede proporcionar un vaso de cerveza.

Debo suponer que se entiende perfectamente lo que la expresión “cabeza de pollo” quiere decir, sin embargo, para aquellos que no lo comprenden permítanme darles una definición lo más acertada posible: Cabeza de pollo son las palabras empleadas para describir a una persona que posee una resistencia mínima a los efectos que el consumo de una pequeña cantidad de licor le pueden ocasionar de manera prematura. Aclarado esto continúo.

Las palabras de los presentes se estacionan por largo rato en su mente y esta a su vez piensa con profundidad trayendo recuerdos antiguos.

No puede precisar qué ocurre, el efecto de la cerveza avanza velozmente a medida que en su vaso va escaseando su amargo contenido.

De pronto el recipiente se ve totalmente vacío mientras sus adormilados ojos recorren con lentitud el espacio llamando al sueño. La distorsión va teniendo cabida en su cabeza, sus reservadas palabras se hacen livianas y son expulsadas por su boca (víctima de la anestesia alcohólica), entonces, después de caer en cuenta de que está sucumbiendo ante la posesión que toma la cerveza en su cuerpo, repara de inmediato en que necesita descansar, aún así, no se retira.

Únicamente se estanca con la mirada en la pared que tiene al frente mientras sus pensamientos lo invaden. Se cuestiona preguntas indescifrables y seguidas de estas vuelan a través de su cabeza una serie de impulsivos deseos de desenfundar su teléfono y hacer uso de sus pulgares para romper con el aburrimiento de la charla (a la que no está atento) y hablar con alguien sobre profundos temas, afortunadamente el efecto que lo recorre solo es mareo, sigue siendo perfectamente consciente y por esa razón abandona la idea y simultáneamente a sus contertulios para descansar en los cómodos brazos de Morfeo en aquel estado de sobriedad alcoholizada.

J.G Dávila 

Una catarsis paradójica





Sus ojos miraban sin ninguna expresión aparente, no reflejaban nada en absoluto, su rostro era firme, pero sin vida, había sido capturado por un ritmo sencillo, básico y sumamente pegajoso (que obliga al cuerpo a responder con movimientos variados a modo de danza) acompañado por una letra carente de poesía, estética o alguna clase de belleza que se limita a hablar netamente sobre el deseo carnal y asuntos mundanos y superfluos que toman lugar en el mundo humano.

La banalización del sexo fluía como un río de aguas turbias a través de sus oídos, proyectando cada palabra en su mente.

No hacía más que mirar a ningún lado con la mirada perdida y la mente posicionada en la euforia artificial que el ritmo sugería plasmando (a la par) una serie de repetitivas expresiones cargadas con el característico doble sentido de un género musical conocido por ser principalmente obsceno.

Toda clase de pretensiones sexuales y efímeras eran decodificadas en su procesador central y él continuaba inmóvil.

Fuera de la parte en la mente que se ocupa de darle un juicio de valor a las cosas se encontraba una sección que secretaba hormonas (como la serotonina) que provocan una sensación de sosiego y éxtasis en niveles mesurados.

El lóbulo frontal parecía adormecido e inactivo pues de lo contrario no permitiría que este fenómeno musical contagiase como un estupefaciente mental al sector primitivo de la mente del muchacho sentado en un profundo estado de  trance, sin embargo, había una razón por la cuál ahora el chico de rostro inmóvil estaba escuchando un género que le disgustaba por completo. 

Estaba cansado mentalmente después de un largo día y no buscaba pensar en nada, además se sentía un tanto melancólico y no podía descifrar qué le acontecía por lo que apagó sus pensamientos con aquella irritante canción que ahora, de manera paradójica le proporcionaba un corto periodo de paz mental.

Finalmente, habiendo terminado el paso de las ondas sonoras por su aparato auditivo, el muchacho reflexionó, llegando a la conclusión de que seguía detestando aquel género ofensivo, pese a que en esa ocasión le sirvió como medio de catarsis para despojar una serie de cargas mentales que lo fatigaban.

J.G Dávila

lunes, 26 de marzo de 2018

Palabras



Muchas de las palabras más hermosas son dichas en los momentos más inesperados. Este hecho les proporciona un valor agregado único acompañado de fuertes sentimientos que llegan con la interpretación del receptor.

Las palabras son uno de los miles (si no más) de medios que existen para expresarse, son mágicas por tener el poder de comunicar de la manera que deseemos cualquier sentimiento o idea.

Esto no ocurre, por ejemplo, con el lenguaje corporal que termina delatando (queramos o no) los pensamientos que cubren nuestras palabras.

De cualquier forma no podemos quitarle valor a este tipo de lenguaje puesto que es más directo y subconsciente que el hecho de hablar.

 En todo caso el tema no le corresponde al lenguaje corporal.

Existen todo tipo de palabras, de  las cuales cada uno de nosotros nos responsabilizamos al momento de emplear. En la mayoría de veces  es preferible tomarnos el tiempo para pronunciar las palabras correctas en el momento correcto (sea este por completo imprevisto o por el contrario se esté esperando un largo tiempo), porque de lo contrario la poesía que empiece por deleitar los oídos, posteriormente sea discernida por el cerebro y concluya impregnándose en el corazón;  se podría transfigurar en un siniestro veneno que ocasione daños críticos en magnitudes inmensurables.

Cada palabra tiene el poder que decidamos otorgarle, haya salido, o no de nuestra propia boca, y nos corresponde a nosotros darle su debido significado.

 Ningún daño (por más terrible que pueda ser) es del todo permanente. Los daños ocasionados por palabras acaloradas en un momento de impotencia, pueden ser redimidos por la sinceridad de una disculpa  reflexionada con el cuidado que no previeron las precipitadas hirientes.

Tenemos el placer de disfrutar de nuestras palabras, podemos gozar de los efectos que estas producen en aquellos que amamos y en nosotros mismos.

Somos libres de expresarnos a voluntad ya que  las palabras son, en resumen, un recurso de inmensa amplitud con el que contamos y el cual debe ser apreciado, atesorado y sabiamente usado.


J.G Dávila

jueves, 22 de marzo de 2018

Carta del viejo tamborilero



Carta del viejo tamborilero

Miércoles, 25 de abril 2018

Mujer de ojos cristalinos llenos de vida y sonrisa revitalizadora.

Quitar de mi memoria el pasado miércoles me es imposible porque ese día escuché cantar a las flores y vi a las palomas ulular tu nombre en los tejados camino a casa.

Nunca sentí nada tan perfecto como estar contigo. Lo que más se asemeja fue hace tiempo, tirado en un campo de flores recibiendo a los ángeles que el Señor por mí enviaba.

Oír tu voz, sentir tus manos hábiles llenas de energía que fabrican preciosas manualidades, quedarme atónito y paralizado con la curvatura de tus labios únicos y sentir finalmente en mi interior que este tiempo de quieta soledad me estuvo guardando en un cajón esperando (sin notarlo) que me descubras un miércoles.

Comprender que no volveré a repetir ni un solo instante contigo y así poder valorar cada pedacito que el tiempo me regala a tu lado.

Ahora entiendo que eres tú con quién quiero surcar las nubes blancas, no cansarme de reír a carcajadas y me llenes de ti hasta que mis ojos se cierren para siempre.


Tuyo y mío, el amor que por ti siento.

A.T

martes, 20 de marzo de 2018

Confesión vegetal





Aquellos seres que pueden razonar ignoran por completo la infelicidad que se adueña de nuestras lúgubres vidas.

Nadie parece simpatizar con los de nuestra clase, ni si quiera nuestros semejantes. Y es que fuimos hechas así, la genética no nos favorece, somos organismos incomprensibles ante todos, y cargamos con el repudio de las masas.

Entre nosotras somos tan inertes, tan poco expresivas, tan frías como la devastadora helada que azota los buenos campos.

 Preferimos ocultarnos tras un sin número de capas que tapan nuestra verdadera esencia.

No podemos abrirnos ante el resto sin que sus lágrimas  afloren en grandes torrentes. Es la triste realidad.

 Herimos a quienes nos muestran algo de interesada simpatía, que buscan llegar a nuestro interior para devorarnos, porque parece que solo estamos en la Tierra con ese propósito: nutrir al resto pero no a nosotras mismas.

El amor o el afecto son en nuestra continua supervivencia solo palabras de sonido dulce que se contraponen al aroma de nuestros más íntimos sentimientos.

Es por eso que nos odian, nos repelen, nos ignoran.

A diferencia de otros vegetales nosotras las cebollas somos las más despreciables, y pese a que generamos cierta aversión, somos comidas sin ninguna compasión.

Mi intención aquí es concienciar al lector con el afán de mejorar la maldición que nos da mala fama, que nos envuelve y consume mucho antes de que el ser humano lo haga.

Atte. Una cebolla más...


J.G Dávila


lunes, 19 de marzo de 2018

Diarrea, Ahogadas y Allan Poe: Desesperación




No existe nada más desesperante que asistir al colegio teniendo problemas de estómago, encontrarse a mitad de las clases de matemática y sentir el retorcer de las tripas, mirar con angustia a los costados y dar con las miradas de todos atentos a las palabras del profesor y escuchar el rechinido del marcador contra la pizarra.
Es entonces cuando el retortijón se incrementa y algo en lo más profundo de uno lo obliga a fruncir el entrecejo, mirar con ojos de muerte a un punto cualquiera con la vista  nublada y escalofríos en todo el cuerpo. Finalmente se toma la decisión de (en voz temblorosa) pedirle al profesor permiso para ir al baño. Eso, ¡Eso es desesperación!
De modo semejante ocurre cuando se está dando un examen para el cual si se estudió pero en ese momento los nervios se apoderan del cuerpo entero produciendole un temblor similar al temblor que tienen los perros decorativos de los taxis, la mente se queda en blanco y el tiempo pasa rápido, de pronto la voz del maestro anuncia que faltan diez minutos y el examen no está lleno ni hasta la mitad, en esos diez minutos se vive la pura desesperación.
 Asimismo pasa cuando no se sabe nadar y por cosas del destino llega uno a parar en un estanque, piscina o laguna y estas resultan ser más hondas de lo pensado, dando como resultado el terrible y amargo impulso por sobrevivir y no morir ahogado.
El maestro para describir la agonía que produce la impotencia en su mayor expresión fue Edgar Allan Poe, en cuyos relatos el lector puede vivir la desesperación, la angustia y el horror que experimenta el personaje conforme avanza la narración.
Uno de los cuentos en los cuales pude notar aquel terrible sentimiento como escenario principal, es “El gato negro”, resumiendo, narra la historia de un ex amante de los animales que en consecuencia de haber caído en el vicio del alcohol e impulsado por un momento de ira tomó a su gato negro (el animal por quién más afecto sentía) y le arrancó un ojo.
Ciertamente cuando recuperó la conciencia, el hecho de ver al gato tuerto le hacía sentir una culpa terrible y como resultado del amargo sentimiento decide ahorcar al gato.
 Algún tiempo después de haberlo asesinado encuentra otro gato muy similar al cual le da su afecto, sin embargo con el pasar de los días el gato empieza a hostigarlo.
Un buen día a causa de su aversión por el gato decide acabar con el golpeándolo con un hacha, pero para su desgracia su esposa lo detiene y termina asesinándola. Posterior al homicidio esconde el cadáver tras un muro de la casa y los días comienzan a pasar.
 Al verlo solo tanto tiempo la policía interviene para inspeccionar su  casa y él de la mejor manera los recibe, la inspección resulta exitosa. Una vez yéndose los miembros policiales, el hombre golpea el muro del que se desprende un sonido sepulcral, de ello resulta necesario admitir que la policía intervino de inmediato en la destrucción de la pared para terminar encontrando el cadáver y sobre él el gato negro agonizante.
Bajo esa tesitura podemos decir que Allan Poe y yo tenemos diferentes formas  de describir la desesperación, sin embargo acordamos bien en que la desesperación es la desilusión de los seres cuando notan que nada se puede hacer en una situación sin ninguna salida aparente. 

J.G Dávila 

sábado, 3 de marzo de 2018

Rescate





Eran las 11.00 am y él estaba sentado en otra aburrida clase con la atención dispersa, las palabras del docente se escuchaban como si las pronunciara bajo el agua o como si fueran el recuerdo de algún sueño lejano.
Se encontraba en un estado de “inconsciencia”, tenía los ojos abiertos, respiraba, respondía pero no tenía control de sus acciones. En un momento de la clase dejó volar la mirada y esta se posó en un punto fijo y se perdió; así soñó con los ojos abiertos…
En medio de la placidez de unos sueños muy agradables un estruendo martilló en su cabeza haciéndole despertar con sobresalto, era el profesor, viéndolo irritado golpeando el borrador de pizarrón contra su pupitre.

–¡Pase al frente!– Le dijo en voz alta con tono molesto.

Con el sueño en la cara miró unos minutos al hombrecito que enseñaba cálculo, este, con el rostro rojo y las venas de la cabeza sin cabello latentes repitió casi gritando
 –¡Pase a la pizarra, resuelva el ejercicio!–
Se levantó de inmediato y se adelantó con el marcador que el hombre le dio.
Una serie de garabatos e inentendibles jeroglíficos estaban ahora ante sus adormilados ojos que al ver los símbolos (a los que no les hallaba el sentido) se abrieron con la intención de entender algo. Se volvió a su irritable maestro haciendo un puchero involuntario y pudo notar una sonrisa diabólica, espantado regresó a los condenados cálculos; sus compañeros lo miraban y molestaban entre risas.

–¿Por qué hoy?– se preguntaba agobiado

–¿Por qué me tuve que trasno…

–¡BOOM!–

En ese instante ella atravesó el muro del salón, todos en la clase sucumbieron ante el pánico ocasionado por el estruendo, el maestro se refugió bajo su escritorio y entre temblando y llorando con nerviosismo balbuceó:

–¡Odio a los adolescentes y odio este trabajo!– y así continuó desvariando.

–¿Llegué tarde?– preguntó ella con los ojos iluminados.

–Un poco pero ya estás aquí– respondió el animado.

Sonriendo, ella lo tomó de la mano y juntos salieron caminando por la puerta del aula.

J.G Dávila 



Un caballero, un dragón y un tesoro... otra historia de la vida común y corriente

Estaba parado en el umbral esperando a que alguien abra la puerta.  El sudor bajo sus brazos y frente era el producto de unos n...