
La banalización del sexo fluía como un río de aguas
turbias a través de sus oídos, proyectando cada palabra en su mente.
No hacía más que mirar a ningún lado con la mirada
perdida y la mente posicionada en la euforia artificial que el ritmo sugería
plasmando (a la par) una serie de repetitivas expresiones cargadas con el
característico doble sentido de un género musical conocido por ser
principalmente obsceno.
Toda clase de pretensiones sexuales y efímeras eran
decodificadas en su procesador central y él continuaba inmóvil.
Fuera de la parte en la mente que se ocupa de darle un
juicio de valor a las cosas se encontraba una sección que secretaba hormonas (como
la serotonina) que provocan una sensación de sosiego y éxtasis en niveles
mesurados.
El lóbulo frontal parecía adormecido e inactivo pues
de lo contrario no permitiría que este fenómeno musical contagiase
como un estupefaciente mental al sector primitivo de la mente del muchacho
sentado en un profundo estado de trance,
sin embargo, había una razón por la cuál ahora el chico de rostro inmóvil estaba
escuchando un género que le disgustaba por completo.
Estaba cansado mentalmente después de un largo día y
no buscaba pensar en nada, además se sentía un tanto melancólico y no podía
descifrar qué le acontecía por lo que apagó sus pensamientos con aquella
irritante canción que ahora, de manera paradójica le proporcionaba un corto
periodo de paz mental.
Finalmente, habiendo terminado el paso de las ondas
sonoras por su aparato auditivo, el muchacho reflexionó, llegando a la
conclusión de que seguía detestando aquel género ofensivo, pese a que en esa
ocasión le sirvió como medio de catarsis para despojar una serie de cargas
mentales que lo fatigaban.
J.G Dávila
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