Aquellos seres que pueden
razonar ignoran por completo la infelicidad que se adueña de nuestras lúgubres
vidas.
Nadie parece simpatizar
con los de nuestra clase, ni si quiera nuestros semejantes. Y es que fuimos
hechas así, la genética no nos favorece, somos organismos incomprensibles ante
todos, y cargamos con el repudio de las masas.
Entre nosotras somos tan
inertes, tan poco expresivas, tan frías como la devastadora helada que azota
los buenos campos.
Preferimos ocultarnos tras un sin número de
capas que tapan nuestra verdadera esencia.
No podemos abrirnos ante
el resto sin que sus lágrimas afloren en
grandes torrentes. Es la triste realidad.
Herimos a quienes nos muestran algo de
interesada simpatía, que buscan llegar a nuestro interior para devorarnos,
porque parece que solo estamos en la Tierra con ese propósito: nutrir al resto
pero no a nosotras mismas.
El amor o el afecto son
en nuestra continua supervivencia solo palabras de sonido dulce que se
contraponen al aroma de nuestros más íntimos sentimientos.
Es por eso que nos odian,
nos repelen, nos ignoran.
A diferencia de otros
vegetales nosotras las cebollas somos las más despreciables, y pese a que
generamos cierta aversión, somos comidas sin ninguna compasión.
Mi intención aquí es
concienciar al lector con el afán de mejorar la maldición que nos da mala
fama, que nos envuelve y consume mucho antes de que el ser humano lo haga.
Atte. Una cebolla más...
J.G Dávila
J.G Dávila
No hay comentarios:
Publicar un comentario