martes, 20 de marzo de 2018

Confesión vegetal





Aquellos seres que pueden razonar ignoran por completo la infelicidad que se adueña de nuestras lúgubres vidas.

Nadie parece simpatizar con los de nuestra clase, ni si quiera nuestros semejantes. Y es que fuimos hechas así, la genética no nos favorece, somos organismos incomprensibles ante todos, y cargamos con el repudio de las masas.

Entre nosotras somos tan inertes, tan poco expresivas, tan frías como la devastadora helada que azota los buenos campos.

 Preferimos ocultarnos tras un sin número de capas que tapan nuestra verdadera esencia.

No podemos abrirnos ante el resto sin que sus lágrimas  afloren en grandes torrentes. Es la triste realidad.

 Herimos a quienes nos muestran algo de interesada simpatía, que buscan llegar a nuestro interior para devorarnos, porque parece que solo estamos en la Tierra con ese propósito: nutrir al resto pero no a nosotras mismas.

El amor o el afecto son en nuestra continua supervivencia solo palabras de sonido dulce que se contraponen al aroma de nuestros más íntimos sentimientos.

Es por eso que nos odian, nos repelen, nos ignoran.

A diferencia de otros vegetales nosotras las cebollas somos las más despreciables, y pese a que generamos cierta aversión, somos comidas sin ninguna compasión.

Mi intención aquí es concienciar al lector con el afán de mejorar la maldición que nos da mala fama, que nos envuelve y consume mucho antes de que el ser humano lo haga.

Atte. Una cebolla más...


J.G Dávila


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