Era uno de esos días normales en el colegio, por ese entonces yo estaba en mis doce años y como alguna vez te conté, amaba profundamente a los gatos (esos pedacitos de ternura pura con pelo que respiran amor y expulsan amor).
Un día una chica de mi curso me dijo que su gata había dado gatitos, entonces (como era propio de mi en esa edad) le pedí que me regalara uno. Sin embargo, tener un gato en ese tiempo era algo que para mí no pasaba del deseo porque todos en mi casa eran alérgicos (con a mayúscula) y tener un gato demandaba tiempo, espacio, entre una serie de condiciones y magnitudes físicas más; por si fuera poco decían que era una "gran responsabilidad", así que por esas razones, el hecho de tener un gato en mi casa era simplemente utópico.
Un buen día, después de mi petición fantástica e impulsiva llegó a mis manos una hermosa gata pequeñita de pelaje claro, que parecía tener no más de un mes de nacida. Estaba muy delgada y temblaba mucho, sus maullidos eran apenas oíbles y a mis ojos y manos era una bolita de algodón de azúcar.
No creía que verdaderamente estuviera pasando, ¡tenía un gato bebé en mis manos! su dulzura simplemente nublaba todas las razones por las que no podía tener un gato en la casa.
Ese día, olvidándome de las restricciones pasé con la pequeña de un lado a otro, pensando únicamente en dónde haría sus necesidades y una vez arreglado eso en mi mente me dediqué por completo a tenerla entre mis brazos o acurrucada en mis piernas.
Finalmente, después de pasar todo el día juntos era hora de que conozca mi casa, así que tomé a "Mittens" (como el nombre que tiene la gata de la película Bolt) y la llevé conmigo.
Era excesivamente tierna y me hacía sentir que me derretiría con su encanto, con ella estaba muy tranquilo mientras era consumido lentamente por su dulzura infinita.
Íbamos en la buceta del colegio para la casa cuando saltó a mi mente el aterrador pensamiento de que mi adorada Mittens no fuera aceptada, así que en el tiempo que quedaba hasta llegar pasé pensando en el argumento preciso que le permitiera quedarse para siempre conmigo.
Cuando llegamos y mi mamá vio a Mittens me dijo justamente lo que yo más temía en ese instante; me dijo que la pequeña no podía quedarse.
Ese rato traté de convencerla hábilmente con mi elocuente palabrería, pero no dio el resultado esperado.
Sentía que mis esfuerzos habían sido inútiles del todo y me sentía terrible por los millones de sentimientos jóvenes y hermosos que abundaban dentro de mí y que Mittens me producía.
Mis papás me dijeron que el gato debía irse por las razones que conocemos y eso simplemente me destrozaba.
Todos mis argumentos, todos mis planes, se caían como un juego de bloques acomodado en una mala posición.
Al final la historia termina con un muchacho de doce años llorando mientras camina de puerta en puerta por el conjunto en el que vive con la llegada de la noche sobre él y su pequeña amiga en sus brazos arropada con un saco tibio.
Sin duda alguna estos fueron momentos tristes para mí, sobre todo porque llegué a encariñarme sin medida alguna.
Afortunadamente encontré a alguien que adoptó a la pequeña; se trataba del señor guardia del conjunto. Tras hablar con su novia llegó a tomar la decisión de llevar a la gata con él.
Posterior a eso regresé a mi casa sin nada acurrucado entre mis brazos y con los ojos hinchados, luego lloré hasta quedarme dormido.
Esta, querido lector, puede catalogarse perfectamente como una dramática historia triste, o así prefiero catalogarla yo, aún así pienso que este relato recibe esta calificación porque yo sentí la tristeza que ahora comparto contigo, de todos modos pensándolo bien, esta no es más que una historia cotidiana en la vida de un chico.
Todos nosotros hemos pasado por momento de absoluta tristeza.
Es obvio que a nadie le gusta sentir dolor, sin embargo, el dolor querido lector, nos permite aprender y nos ayuda a fortalecernos sean cuales sean las circunstancias que estemos afrontando.
Finalmente, el tan odiado por todos (menos por los masoquistas), cuando cumple su acometido y aprendemos a continuar con nuestro camino en el que hallaremos más de una alegría, se va esperándonos en algún otro punto en el que será (una vez más) pasajero.
Te invito a no temerle al dolor porque es parte de nuestra vida como lo es la alegría, la paz y el amor.
Pese a todo lo que puedas sentir es tu deber buscar tu propia felicidad y encontrar tu paz, recuerda que si ahora duele, (como suele decirme mi papá) "Esto también pasará".
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