Entro en un campo de batalla personal
en el que mis propios objetivos son tan difusos y tan poco claros como la
niebla.
De esta guerra solo conozco el
desenlace: Mientras aún esté sobre mi caballo una lanza directo a mí penetrará
mi pesada armadura y atravesará inmediatamente mi excitado corazón aún latente.
Mi caballo continuará galopando y a
falta de fuerza suficiente caeré al suelo, el golpe a penas será perceptible a
mis sentidos puesto que para ese momento estaré agonizando en un estado de
inconciencia y confusión. A mi alrededor
todo pasará rápido y yo no podré verlo porque estaré sumido en mí mismo
pensando una serie de cosas, cosas tales como el objeto de esta batalla y mi
condición actual para que finalmente -En
fracción de segundos- me desvanezca y mis ojos abiertos miren al infinito
buscando el sentido que no pude encontrar inicialmente.
Estoy al frente y me motivo a no ceder
hasta alcanzar aquello por lo que ya se había perdido la esperanza antes, ahora
pelearé y daré sentido a mi muerte intentando llegar al final y me reuniré en
paz con mi destino habiendo dado todo lo que puedo dar de mí hasta que caiga.
Comienzo a galopar y nada me puede
detener, el reto ganará poder a medida que me vaya aproximando; las flechas
derriban a mis compañeros y hermanos conduciéndolos a su fin, el campo se llena
de seres alados- mensajeros de la muerte- que asisten a aquellos que me
siguieron hasta aquí, los tratan con delicadeza y los llevan del brazo.
Continúo mi camino y casi siento mi
alma lista para saltar fuera de mi cuerpo. La cantidad de bajas a mis dos lados
son incontables, veo a tantos caer de sus caballos o caer con ellos (animal y
humano, una vez en su lecho de muerte parten juntos en una dirección).
Estoy cerca del fin, mi excitación va
en aumento y en la mitad del caos que envuelve todo distingo una forma, es
ella, sujeta la lanza con autoridad, clava su penetrante mirada en la mía y sin
dudarlo arroja su objeto de muerte que se desplaza a gran velocidad con aire de
seguridad; (como esperé) seré impactado, los segundos pasan lento y hacen
pesado cualquier movimiento, la punta de metal y mi pecho entran en contacto después
del interminable correr de los segundos, la fuerza hace que del metal del arma
y de mi armadura broten chispas y posteriormente la punta fatal entre sin
intención de detenerse abriéndose paso entre mis prendas y huesos, desgarra con
confianza mis músculos buscando el corazón desesperadamente y finalmente mi
pequeño amante le da encuentro a su inquieto asesino. La lanza parte el corazón
en dos y mi conciencia se desplaza y caigo por un eterno acantilado.
En el suelo (con mis ojos abiertos)
perdiendo todos mis sentidos menos la vista, lanzo una última mirada a esos
hermosos ojos penetrantes que corresponden con otra mirada, ella está imponente
y hermosa, después de verme recobro la razón y todo vuelve a la vida.
J.G Dávila
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