Muchas de las palabras
más hermosas son dichas en los momentos más inesperados. Este hecho les
proporciona un valor agregado único acompañado de fuertes sentimientos que
llegan con la interpretación del receptor.
Las palabras son uno de
los miles (si no más) de medios que existen para expresarse, son mágicas por
tener el poder de comunicar de la manera que deseemos cualquier sentimiento o
idea.
Esto no ocurre, por
ejemplo, con el lenguaje corporal que termina delatando (queramos o no) los
pensamientos que cubren nuestras palabras.
De cualquier forma no
podemos quitarle valor a este tipo de lenguaje puesto que es más directo y
subconsciente que el hecho de hablar.
En todo caso el tema no le corresponde al
lenguaje corporal.
Existen todo tipo de
palabras, de las cuales cada uno de
nosotros nos responsabilizamos al momento de emplear. En la mayoría de veces es preferible tomarnos el tiempo para
pronunciar las palabras correctas en el momento correcto (sea este por completo
imprevisto o por el contrario se esté esperando un largo tiempo), porque de lo
contrario la poesía que empiece por deleitar los oídos, posteriormente sea discernida
por el cerebro y concluya impregnándose en el corazón; se podría transfigurar en un siniestro veneno
que ocasione daños críticos en magnitudes inmensurables.
Cada palabra tiene el
poder que decidamos otorgarle, haya salido, o no de nuestra propia boca, y nos
corresponde a nosotros darle su debido significado.
Ningún daño (por más terrible que pueda ser)
es del todo permanente. Los daños ocasionados por palabras acaloradas en un
momento de impotencia, pueden ser redimidos por la sinceridad de una disculpa reflexionada con el cuidado que no previeron
las precipitadas hirientes.
Tenemos el placer de
disfrutar de nuestras palabras, podemos gozar de los efectos que estas producen
en aquellos que amamos y en nosotros mismos.
Somos libres de
expresarnos a voluntad ya que las
palabras son, en resumen, un recurso de inmensa amplitud con el que contamos y
el cual debe ser apreciado, atesorado y sabiamente usado.
J.G Dávila
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