Era un portal a otro mundo con sus penetrantes ojos
esmeralda de mirada hipnótica e intimidante. Sus puntiagudas orejas sensibles
al susurro del silencio y su larga cola que parecía tener vida propia; pero,
sobre todo, el profuso color negro que invadía cada parte de su ser, que
absorbía y atrapaba de manera permanente la luz, ese “color” oscuro que era su
maldición.
Vagabundeaba entre la espesura de las tinieblas y era
una sombra en la noche negra.

Su elegante caminar era sorprendido únicamente por el pálido brillo de la luna sobre el
terciopelo negro de su vestido.
Mientras era “invisible” bajo un basto manto cubierto
de estrellas de débil titilar no corría peligro, la noche entera era suya y
gozaba con calma de la libertad que le ofrecía un amplio mundo por conocer.
En horas nocturnas la ignorancia no merodeaba a sus
anchas pues el miedo predominaba sobre cualquier impulso irracional. Sin
embargo, con la repentina llegada del sol todo era diferente puesto que el
Astro Rey era su verdugo y la luz su inquisidora, por el hecho de descubrir y
condenar con aversión su forma maldita, una forma impregnada de especulación,
rumores y terror.
En aquel entonces, los de su clase eran condenados por
presunta brujería pero en realidad eran ejecutados por pecados humanos.
Al fin y al
cabo solo en la mente del hombre un animal como el gato puede ser fiel cómplice
de Satán.
J.G Dávila
No hay comentarios:
Publicar un comentario