lunes, 26 de marzo de 2018

Palabras



Muchas de las palabras más hermosas son dichas en los momentos más inesperados. Este hecho les proporciona un valor agregado único acompañado de fuertes sentimientos que llegan con la interpretación del receptor.

Las palabras son uno de los miles (si no más) de medios que existen para expresarse, son mágicas por tener el poder de comunicar de la manera que deseemos cualquier sentimiento o idea.

Esto no ocurre, por ejemplo, con el lenguaje corporal que termina delatando (queramos o no) los pensamientos que cubren nuestras palabras.

De cualquier forma no podemos quitarle valor a este tipo de lenguaje puesto que es más directo y subconsciente que el hecho de hablar.

 En todo caso el tema no le corresponde al lenguaje corporal.

Existen todo tipo de palabras, de  las cuales cada uno de nosotros nos responsabilizamos al momento de emplear. En la mayoría de veces  es preferible tomarnos el tiempo para pronunciar las palabras correctas en el momento correcto (sea este por completo imprevisto o por el contrario se esté esperando un largo tiempo), porque de lo contrario la poesía que empiece por deleitar los oídos, posteriormente sea discernida por el cerebro y concluya impregnándose en el corazón;  se podría transfigurar en un siniestro veneno que ocasione daños críticos en magnitudes inmensurables.

Cada palabra tiene el poder que decidamos otorgarle, haya salido, o no de nuestra propia boca, y nos corresponde a nosotros darle su debido significado.

 Ningún daño (por más terrible que pueda ser) es del todo permanente. Los daños ocasionados por palabras acaloradas en un momento de impotencia, pueden ser redimidos por la sinceridad de una disculpa  reflexionada con el cuidado que no previeron las precipitadas hirientes.

Tenemos el placer de disfrutar de nuestras palabras, podemos gozar de los efectos que estas producen en aquellos que amamos y en nosotros mismos.

Somos libres de expresarnos a voluntad ya que  las palabras son, en resumen, un recurso de inmensa amplitud con el que contamos y el cual debe ser apreciado, atesorado y sabiamente usado.


J.G Dávila

jueves, 22 de marzo de 2018

Carta del viejo tamborilero



Carta del viejo tamborilero

Miércoles, 25 de abril 2018

Mujer de ojos cristalinos llenos de vida y sonrisa revitalizadora.

Quitar de mi memoria el pasado miércoles me es imposible porque ese día escuché cantar a las flores y vi a las palomas ulular tu nombre en los tejados camino a casa.

Nunca sentí nada tan perfecto como estar contigo. Lo que más se asemeja fue hace tiempo, tirado en un campo de flores recibiendo a los ángeles que el Señor por mí enviaba.

Oír tu voz, sentir tus manos hábiles llenas de energía que fabrican preciosas manualidades, quedarme atónito y paralizado con la curvatura de tus labios únicos y sentir finalmente en mi interior que este tiempo de quieta soledad me estuvo guardando en un cajón esperando (sin notarlo) que me descubras un miércoles.

Comprender que no volveré a repetir ni un solo instante contigo y así poder valorar cada pedacito que el tiempo me regala a tu lado.

Ahora entiendo que eres tú con quién quiero surcar las nubes blancas, no cansarme de reír a carcajadas y me llenes de ti hasta que mis ojos se cierren para siempre.


Tuyo y mío, el amor que por ti siento.

A.T

martes, 20 de marzo de 2018

Confesión vegetal





Aquellos seres que pueden razonar ignoran por completo la infelicidad que se adueña de nuestras lúgubres vidas.

Nadie parece simpatizar con los de nuestra clase, ni si quiera nuestros semejantes. Y es que fuimos hechas así, la genética no nos favorece, somos organismos incomprensibles ante todos, y cargamos con el repudio de las masas.

Entre nosotras somos tan inertes, tan poco expresivas, tan frías como la devastadora helada que azota los buenos campos.

 Preferimos ocultarnos tras un sin número de capas que tapan nuestra verdadera esencia.

No podemos abrirnos ante el resto sin que sus lágrimas  afloren en grandes torrentes. Es la triste realidad.

 Herimos a quienes nos muestran algo de interesada simpatía, que buscan llegar a nuestro interior para devorarnos, porque parece que solo estamos en la Tierra con ese propósito: nutrir al resto pero no a nosotras mismas.

El amor o el afecto son en nuestra continua supervivencia solo palabras de sonido dulce que se contraponen al aroma de nuestros más íntimos sentimientos.

Es por eso que nos odian, nos repelen, nos ignoran.

A diferencia de otros vegetales nosotras las cebollas somos las más despreciables, y pese a que generamos cierta aversión, somos comidas sin ninguna compasión.

Mi intención aquí es concienciar al lector con el afán de mejorar la maldición que nos da mala fama, que nos envuelve y consume mucho antes de que el ser humano lo haga.

Atte. Una cebolla más...


J.G Dávila


lunes, 19 de marzo de 2018

Diarrea, Ahogadas y Allan Poe: Desesperación




No existe nada más desesperante que asistir al colegio teniendo problemas de estómago, encontrarse a mitad de las clases de matemática y sentir el retorcer de las tripas, mirar con angustia a los costados y dar con las miradas de todos atentos a las palabras del profesor y escuchar el rechinido del marcador contra la pizarra.
Es entonces cuando el retortijón se incrementa y algo en lo más profundo de uno lo obliga a fruncir el entrecejo, mirar con ojos de muerte a un punto cualquiera con la vista  nublada y escalofríos en todo el cuerpo. Finalmente se toma la decisión de (en voz temblorosa) pedirle al profesor permiso para ir al baño. Eso, ¡Eso es desesperación!
De modo semejante ocurre cuando se está dando un examen para el cual si se estudió pero en ese momento los nervios se apoderan del cuerpo entero produciendole un temblor similar al temblor que tienen los perros decorativos de los taxis, la mente se queda en blanco y el tiempo pasa rápido, de pronto la voz del maestro anuncia que faltan diez minutos y el examen no está lleno ni hasta la mitad, en esos diez minutos se vive la pura desesperación.
 Asimismo pasa cuando no se sabe nadar y por cosas del destino llega uno a parar en un estanque, piscina o laguna y estas resultan ser más hondas de lo pensado, dando como resultado el terrible y amargo impulso por sobrevivir y no morir ahogado.
El maestro para describir la agonía que produce la impotencia en su mayor expresión fue Edgar Allan Poe, en cuyos relatos el lector puede vivir la desesperación, la angustia y el horror que experimenta el personaje conforme avanza la narración.
Uno de los cuentos en los cuales pude notar aquel terrible sentimiento como escenario principal, es “El gato negro”, resumiendo, narra la historia de un ex amante de los animales que en consecuencia de haber caído en el vicio del alcohol e impulsado por un momento de ira tomó a su gato negro (el animal por quién más afecto sentía) y le arrancó un ojo.
Ciertamente cuando recuperó la conciencia, el hecho de ver al gato tuerto le hacía sentir una culpa terrible y como resultado del amargo sentimiento decide ahorcar al gato.
 Algún tiempo después de haberlo asesinado encuentra otro gato muy similar al cual le da su afecto, sin embargo con el pasar de los días el gato empieza a hostigarlo.
Un buen día a causa de su aversión por el gato decide acabar con el golpeándolo con un hacha, pero para su desgracia su esposa lo detiene y termina asesinándola. Posterior al homicidio esconde el cadáver tras un muro de la casa y los días comienzan a pasar.
 Al verlo solo tanto tiempo la policía interviene para inspeccionar su  casa y él de la mejor manera los recibe, la inspección resulta exitosa. Una vez yéndose los miembros policiales, el hombre golpea el muro del que se desprende un sonido sepulcral, de ello resulta necesario admitir que la policía intervino de inmediato en la destrucción de la pared para terminar encontrando el cadáver y sobre él el gato negro agonizante.
Bajo esa tesitura podemos decir que Allan Poe y yo tenemos diferentes formas  de describir la desesperación, sin embargo acordamos bien en que la desesperación es la desilusión de los seres cuando notan que nada se puede hacer en una situación sin ninguna salida aparente. 

J.G Dávila 

sábado, 3 de marzo de 2018

Rescate





Eran las 11.00 am y él estaba sentado en otra aburrida clase con la atención dispersa, las palabras del docente se escuchaban como si las pronunciara bajo el agua o como si fueran el recuerdo de algún sueño lejano.
Se encontraba en un estado de “inconsciencia”, tenía los ojos abiertos, respiraba, respondía pero no tenía control de sus acciones. En un momento de la clase dejó volar la mirada y esta se posó en un punto fijo y se perdió; así soñó con los ojos abiertos…
En medio de la placidez de unos sueños muy agradables un estruendo martilló en su cabeza haciéndole despertar con sobresalto, era el profesor, viéndolo irritado golpeando el borrador de pizarrón contra su pupitre.

–¡Pase al frente!– Le dijo en voz alta con tono molesto.

Con el sueño en la cara miró unos minutos al hombrecito que enseñaba cálculo, este, con el rostro rojo y las venas de la cabeza sin cabello latentes repitió casi gritando
 –¡Pase a la pizarra, resuelva el ejercicio!–
Se levantó de inmediato y se adelantó con el marcador que el hombre le dio.
Una serie de garabatos e inentendibles jeroglíficos estaban ahora ante sus adormilados ojos que al ver los símbolos (a los que no les hallaba el sentido) se abrieron con la intención de entender algo. Se volvió a su irritable maestro haciendo un puchero involuntario y pudo notar una sonrisa diabólica, espantado regresó a los condenados cálculos; sus compañeros lo miraban y molestaban entre risas.

–¿Por qué hoy?– se preguntaba agobiado

–¿Por qué me tuve que trasno…

–¡BOOM!–

En ese instante ella atravesó el muro del salón, todos en la clase sucumbieron ante el pánico ocasionado por el estruendo, el maestro se refugió bajo su escritorio y entre temblando y llorando con nerviosismo balbuceó:

–¡Odio a los adolescentes y odio este trabajo!– y así continuó desvariando.

–¿Llegué tarde?– preguntó ella con los ojos iluminados.

–Un poco pero ya estás aquí– respondió el animado.

Sonriendo, ella lo tomó de la mano y juntos salieron caminando por la puerta del aula.

J.G Dávila 



jueves, 1 de marzo de 2018

La irresistible presencia del calor






En la atmósfera se percibía un aroma pasional, el Calor se paseaba por toda la habitación de manera caprichosa e increíblemente intensa, mientras, los dos individuos contemplaban sus cuerpos con deseo.

Habían abierto la ventana para no sofocarse en su propia sensualidad, la tenue brisa de verano evitaba que ardieran como un par de fósforos.

Tras un momento de observar en silencio, un magnetismo animal rompió la inercia entre ambos y los terminó acercando hasta que rocen con delicadeza sus labios.

La saliva corría a través de la unión de un poderoso encuentro, los humectados labios se abrían y cerraban conteniendo a su pareja, el sonido era líquido y la respiración se aceleraba.

Con sus femeninas manos acarició el cabello de su amante y este la tomó con fuerza por la cintura levantándola haciendo que ella lo rodee con las piernas; el Calor, presenciando la escena y pecando de lujuria se incorporó en esta unión haciéndola incandescente y fugaz. Con el aumento de temperatura y el intenso, frenético y salvaje baile que los labios ofrecían a una habitación musicalizada por tenues y armoniosos gemidos y respiraciones extasiadas, las prendas de los dos se volvían inútiles y resultaban incomodas, las sábanas aguardaban impacientes los cuerpos que cada vez más se hacían uno solo…

J.G Dávila

Un caballero, un dragón y un tesoro... otra historia de la vida común y corriente

Estaba parado en el umbral esperando a que alguien abra la puerta.  El sudor bajo sus brazos y frente era el producto de unos n...