viernes, 29 de junio de 2018

Negro



Era un portal a otro mundo con sus penetrantes ojos esmeralda de mirada hipnótica e intimidante. Sus puntiagudas orejas sensibles al susurro del silencio y su larga cola que parecía tener vida propia; pero, sobre todo, el profuso color negro que invadía cada parte de su ser, que absorbía y atrapaba de manera permanente la luz, ese “color” oscuro que era su maldición.

Vagabundeaba entre la espesura de las tinieblas y era una sombra en la noche negra.
Su presencia se disfrazaba con las prendas de la ausencia. Solo sus ojos hacían una fugaz aparición en medio de la oscuridad al igual que un par de luciérnagas.

Su elegante caminar era sorprendido únicamente  por el pálido brillo de la luna sobre el terciopelo negro de su vestido.

Mientras era “invisible” bajo un basto manto cubierto de estrellas de débil titilar no corría peligro, la noche entera era suya y gozaba con calma de la libertad que le ofrecía un amplio mundo por conocer.

En horas nocturnas la ignorancia no merodeaba a sus anchas pues el miedo predominaba sobre cualquier impulso irracional. Sin embargo, con la repentina llegada del sol todo era diferente puesto que el Astro Rey era su verdugo y la luz su inquisidora, por el hecho de descubrir y condenar con aversión su forma maldita, una forma impregnada de especulación, rumores y terror.

En aquel entonces, los de su clase eran condenados por presunta brujería pero en realidad eran ejecutados por pecados humanos.

 Al fin y al cabo solo en la mente del hombre un animal como el gato puede ser fiel cómplice de Satán.



J.G Dávila




Amor, gatos, amor a los gatos y ¡gatos por el amor de Dios!





-¿Algún tipo de alergia?

- A los gatos y al amor.


Cuando era pequeño mi animal favorito era el león, esto derivó a que tenga un enorme gusto por toda clase de felinos para concluir a mis seis años que tenía uno particular  por los gatos, este no tenía proporción y era simplemente desmedido.

En ese entonces para mí, un sueño hecho realidad era tener la oportunidad de pasar una tarde entera rodeado de gatos para acariciarlos y cuidar de ellos, y es que sentía que los amaba, podía tranquilamente morir por un minino o hacer lo posible para que esté bien. Creo que resumiría todo decir que cuando me preguntaban sobre qué quería ser cuando crezca, mi respuesta era un firme: “Un gato”.

Sin embargo, mi gusto irracional venía  acompañado por un defecto de fábrica que descubrí a  los mismos seis luego de acariciar un neko[1] e involuntariamente restregarme los ojos. En ese instante me sentí como boxeador después de pelea porque estos se hincharon como nunca, adquirieron un color rojizo que vino seguido de una comezón fastidiosa, provocando que a medida que rasque, mis ojos se hinchen más.

Por supuesto, no entendía a qué se debía tal ALERGICA reacción, por lo que esperé a que mi tía (que estaba cerca) luego de verme de manera sobresaltada despeje mis dudas diciendo que padecía de alergia a los gatos.

No pudo haber peor noticia para mí, sentí que el mundo no sería lo mismo jamás ya que había perdido todo su color.

Los síntomas eran: Hinchazón exagerada en los ojos y exceso de mucosa nasal.

Años después, habiendo superado mi alergia a los gatos, puedo decir que me sentía perfectamente.
Rondaba una edad que por el momento me es difícil precisar, cuando comencé a notar algo interesante que me recordó mucho la tarde en la casa de mi tía.

Al compartir con una persona que me importaba era víctima de las siguientes reacciones: Taquicardia, tartamudeo, manos sudorosas, estupidez y nerviosismo. Quería comprobar si mi corazón estaba hinchado para asegurarme de que estos fenómenos se trataban de una nueva alergia a algo que no podía entender.

Los síntomas se repitieron mucho con el paso del tiempo y cada vez me preocupaban más, pero no tanto como el hecho de no poder hallarles explicación.
Finalmente la respuesta se manifestó súbitamente, ¡Era  alérgico al amor y a sus efectos secundarios!

 -¡SE PUEDE IR A LA …
casa de mi tía!- me lamentaba para mis adentros

¿Cómo podía ser posible? ¡Primero los gatos y ahora el amor! -¿Acaso nací para no ser feliz?-  preguntaba victimizándome.

Así pasé toda la primaria, huyendo de mis alergias, evitando ser atacado con las reacciones ocasionadas por mi imprudencia.

El amor era definitivamente algo que me gustaba sentir al igual que mi gusto por los gatos en el pasado. Recordé entonces que después de un corto periodo de haberme enterado de mi alergia a los pequeños ingratos mi cerebro pareció omitirlo y regresé a acariciarlos y a estar con ellos pese a los síntomas que describí antes, entonces llegué a la conclusión de que con el amor podía ser igual.

No se puede evitar tomarse molestias o sentirse estúpido, enfermo o incómodo si se quiere llegar a algo tan puro como un gato o el amor, o el amor de un gato.

Hasta ahora tengo taquicardia, tartamudeo y los nervios me consumen. Hasta ahora moqueo como si el cerebro se me fuera a salir por la nariz y mis ojos siguen hinchándose como bolas de billar, solo que ahora no temo experimentar estas reacciones porque el fin las justifica.

 No puedo negar que algunos gatos rasguñan y que incluso de vez en cuando el amor puede doler, pero finalmente  (igual que las alergias) son cuestiones que no impiden el deseo de vivirlas para poder sentir ese calor dentro del pecho y esa ternura en el alma.



J.G Dávila



[1] Gato en japonés.

sábado, 16 de junio de 2018

Tu




Tu

Puedo esperar a tu regreso, aunque tu ausencia sea larga. No me molesta mirar en silencio el paso lento de las cosas con el breve correr de los segundos infatigables.

Puedo ser feliz sin la necesidad de tenerte cerca, entonces… ¿Por qué esperarte? ¿Por qué mirar callado como crecen los niños, como pasan los carros, como salen y se ocultan la Luna y el Sol aguardando tu llegada?

Porque pese a que no dependo de ti para estar bien…

Porque no eres una necesidad para mi al igual que yo no lo soy para ti; disfruto de manera especial mirar contigo, solo contigo y en silencio el paso lento de las cosas con el correr de los segundos infatigables.






J.G Dávila

sábado, 9 de junio de 2018

Meditación esporádica





Sentado en un sillón simulando escuchar lo que a su alrededor dicen, corre mezclándose con su sangre un grado mínimo de alcohol que le puede proporcionar un vaso de cerveza.

Debo suponer que se entiende perfectamente lo que la expresión “cabeza de pollo” quiere decir, sin embargo, para aquellos que no lo comprenden permítanme darles una definición lo más acertada posible: Cabeza de pollo son las palabras empleadas para describir a una persona que posee una resistencia mínima a los efectos que el consumo de una pequeña cantidad de licor le pueden ocasionar de manera prematura. Aclarado esto continúo.

Las palabras de los presentes se estacionan por largo rato en su mente y esta a su vez piensa con profundidad trayendo recuerdos antiguos.

No puede precisar qué ocurre, el efecto de la cerveza avanza velozmente a medida que en su vaso va escaseando su amargo contenido.

De pronto el recipiente se ve totalmente vacío mientras sus adormilados ojos recorren con lentitud el espacio llamando al sueño. La distorsión va teniendo cabida en su cabeza, sus reservadas palabras se hacen livianas y son expulsadas por su boca (víctima de la anestesia alcohólica), entonces, después de caer en cuenta de que está sucumbiendo ante la posesión que toma la cerveza en su cuerpo, repara de inmediato en que necesita descansar, aún así, no se retira.

Únicamente se estanca con la mirada en la pared que tiene al frente mientras sus pensamientos lo invaden. Se cuestiona preguntas indescifrables y seguidas de estas vuelan a través de su cabeza una serie de impulsivos deseos de desenfundar su teléfono y hacer uso de sus pulgares para romper con el aburrimiento de la charla (a la que no está atento) y hablar con alguien sobre profundos temas, afortunadamente el efecto que lo recorre solo es mareo, sigue siendo perfectamente consciente y por esa razón abandona la idea y simultáneamente a sus contertulios para descansar en los cómodos brazos de Morfeo en aquel estado de sobriedad alcoholizada.

J.G Dávila 

Una catarsis paradójica





Sus ojos miraban sin ninguna expresión aparente, no reflejaban nada en absoluto, su rostro era firme, pero sin vida, había sido capturado por un ritmo sencillo, básico y sumamente pegajoso (que obliga al cuerpo a responder con movimientos variados a modo de danza) acompañado por una letra carente de poesía, estética o alguna clase de belleza que se limita a hablar netamente sobre el deseo carnal y asuntos mundanos y superfluos que toman lugar en el mundo humano.

La banalización del sexo fluía como un río de aguas turbias a través de sus oídos, proyectando cada palabra en su mente.

No hacía más que mirar a ningún lado con la mirada perdida y la mente posicionada en la euforia artificial que el ritmo sugería plasmando (a la par) una serie de repetitivas expresiones cargadas con el característico doble sentido de un género musical conocido por ser principalmente obsceno.

Toda clase de pretensiones sexuales y efímeras eran decodificadas en su procesador central y él continuaba inmóvil.

Fuera de la parte en la mente que se ocupa de darle un juicio de valor a las cosas se encontraba una sección que secretaba hormonas (como la serotonina) que provocan una sensación de sosiego y éxtasis en niveles mesurados.

El lóbulo frontal parecía adormecido e inactivo pues de lo contrario no permitiría que este fenómeno musical contagiase como un estupefaciente mental al sector primitivo de la mente del muchacho sentado en un profundo estado de  trance, sin embargo, había una razón por la cuál ahora el chico de rostro inmóvil estaba escuchando un género que le disgustaba por completo. 

Estaba cansado mentalmente después de un largo día y no buscaba pensar en nada, además se sentía un tanto melancólico y no podía descifrar qué le acontecía por lo que apagó sus pensamientos con aquella irritante canción que ahora, de manera paradójica le proporcionaba un corto periodo de paz mental.

Finalmente, habiendo terminado el paso de las ondas sonoras por su aparato auditivo, el muchacho reflexionó, llegando a la conclusión de que seguía detestando aquel género ofensivo, pese a que en esa ocasión le sirvió como medio de catarsis para despojar una serie de cargas mentales que lo fatigaban.

J.G Dávila

Un caballero, un dragón y un tesoro... otra historia de la vida común y corriente

Estaba parado en el umbral esperando a que alguien abra la puerta.  El sudor bajo sus brazos y frente era el producto de unos n...