miércoles, 28 de febrero de 2018

Campo de batalla






Entro en un campo de batalla personal en el que mis propios objetivos son tan difusos y tan poco claros como la niebla.

De esta guerra solo conozco el desenlace: Mientras aún esté sobre mi caballo una lanza directo a mí penetrará mi pesada armadura y atravesará inmediatamente mi excitado corazón aún latente.

Mi caballo continuará galopando y a falta de fuerza suficiente caeré al suelo, el golpe a penas será perceptible a mis sentidos puesto que para ese momento estaré agonizando en un estado de inconciencia  y confusión. A mi alrededor todo pasará rápido y yo no podré verlo porque estaré sumido en mí mismo pensando una serie de cosas, cosas tales como el objeto de esta batalla y mi condición actual para que finalmente  -En fracción de segundos- me desvanezca y mis ojos abiertos miren al infinito buscando el sentido que no pude encontrar inicialmente.

Estoy al frente y me motivo a no ceder hasta alcanzar aquello por lo que ya se había perdido la esperanza antes, ahora pelearé y daré sentido a mi muerte intentando llegar al final y me reuniré en paz con mi destino habiendo dado todo lo que puedo dar de mí hasta que caiga.

Comienzo a galopar y nada me puede detener, el reto ganará poder a medida que me vaya aproximando; las flechas derriban a mis compañeros y hermanos conduciéndolos a su fin, el campo se llena de seres alados- mensajeros de la muerte- que asisten a aquellos que me siguieron hasta aquí, los tratan con delicadeza y los llevan del brazo.

Continúo mi camino y casi siento mi alma lista para saltar fuera de mi cuerpo. La cantidad de bajas a mis dos lados son incontables, veo a tantos caer de sus caballos o caer con ellos (animal y humano, una vez en su lecho de muerte parten juntos en una dirección).

Estoy cerca del fin, mi excitación va en aumento y en la mitad del caos que envuelve todo distingo una forma, es ella, sujeta la lanza con autoridad, clava su penetrante mirada en la mía y sin dudarlo arroja su objeto de muerte que se desplaza a gran velocidad con aire de seguridad; (como esperé) seré impactado, los segundos pasan lento y hacen pesado cualquier movimiento, la punta de metal y mi pecho entran en contacto después del interminable correr de los segundos, la fuerza hace que del metal del arma y de mi armadura broten chispas y posteriormente la punta fatal entre sin intención de detenerse abriéndose paso entre mis prendas y huesos, desgarra con confianza mis músculos buscando el corazón desesperadamente y finalmente mi pequeño amante le da encuentro a su inquieto asesino. La lanza parte el corazón en dos y mi conciencia se desplaza y caigo por un eterno acantilado.

En el suelo (con mis ojos abiertos) perdiendo todos mis sentidos menos la vista, lanzo una última mirada a esos hermosos ojos penetrantes que corresponden con otra mirada, ella está imponente y hermosa, después de verme recobro la razón y todo vuelve a la vida.


J.G Dávila


Un día en la vida






¿Alguna vez oíste hablar de los famosos “amores imposibles”?
Como el nombre lo indica un amor imposible es aquel que simplemente no puede ser, sin embargo la historia a continuación no puede catalogarse bajo ese título debido al hecho de que aunque el amor dure poco, no por su corta duración u horrible desenlace abandona por completo la idea de haber sido posible…

Hace tiempo en algún recóndito lugar de un mundo cruel, Mamá Mosca parió un centenar de huevecillos. –Debo aclarar ahora que Mamá Mosca pertenecía a una especie cuyo lapso vital era únicamente de un día-.

Una oxidada lata que contenía agua empozada fue el sitio ideal para recibir a los retoños que fueron depositados a gran velocidad.

Asegurándose de que todos estén bien, Mamá Mosca emprendió vuelo y partió lejos.
Entre tantos huevos había uno que al igual que “El patito feo” era diferente por completo a sus hermanos y hermanas. Al salir todos eran apenas larvas que vivían por inercia sin pensar en nada más que sobrevivir, incluso Mosco –que es el nombre con el que me referiré a él- no hacía nada fuera de lo común.

 Sus 3,6 horas de infancia fueron totalmente normales (prácticamente comía y secretaba lo que no necesitaba), sobrevivía y punto, sin embargo para el fin de este tiempo ya tenía lo que para nosotros serían doce años de vida, fue entonces donde nació la intriga más importante “¿Para qué estoy aquí?” y esa duda le acompañaría por un “largo” tiempo.

Por varios minutos se dedicó a encontrar el sentido de su existencia y recorrió muchos lugares; sobrevivía al repudio y aversión de la especie humana y luchaba contra la muerte a diario, solo una distracción podía darle fin.

No fue sino hasta culminar sus 5,4 horas vividas (dieciocho años humanos) que vio por primera vez algo que para él por fin tenía sentido; sus ojos brillaban pues nunca había visto tanta belleza concentrada en un ser: ella tenía ojos que superaban el brillo de las estrellas, su cuerpo era algo monumental, su sonrisa era inimitable y sus sensuales piernas hacían que hasta el insecto más fuerte caiga rendido.

Mosco experimentaba sensaciones nunca antes percibidas y no tenía idea qué podían significar, era como si las bacterias danzaran en sus entrañas.

Se tomó un tiempo para organizar sus ideas y reparó en que el sentido de su vida era aquello a lo que nosotros llamamos “Amor”.

Por horas analizó a la dama de ocho patas, piel morena y ojos negros, que se encontraba tejiendo como de costumbre, y por fin, a sus 14, 1 horas vividas( cuarenta y siete años humanos) decidió saltar hacia la red del amor.

De repente, la Señorita Araña con sus agudos sentidos notó la presencia de una víctima y se apresuró a darle la bienvenida pues hacía tiempo que no llegaban invitados para la cena.
 A medida que avanzaba su paso se detenía cada vez más al notar que su invitado no ofrecía ninguna clase de resistencia a la tela mortal que había tejido, al llegar a él hizo lo que nunca había hecho en su vida.

-¿No aprecias tu vida?- le preguntó a Mosco en tono perplejo y este al verla entró en estado nervioso y se sonrojó.

-La aprecio más que nada señorita, si me encuentro aquí ahora es porque descubrí después de mucho tiempo que mi destino es compartir con usted el resto de mi vida.

La araña a penas comprendía lo que estaba pasando, pero sentía algo muy extraño en su pecho y estómago y por un momento sintió nauseas. Después de un gran silencio habló:

-No comprendo que me pasa pero no tengo hambre, nunca había entablado una conversación así y menos con alguien que venga voluntariamente para verme, en este instante me siento confundida y hay algo que perturba mi estómago.

Mosco la veía con ilusión y después de escuchar esas palabras dijo:

-Comprendo lo que siente pues lo siento también, me ha tomado un esfuerzo indescriptible poder llegar a este punto y comprender que el sentido de mi vida es con usted, ahora disculpe si soy muy apresurado pero siento mi vida pasar muy rápido y a su vez que no dispongo de mucho tiempo, por tanto, ignorando que acabamos de conocernos quiero saber si quiere usted casarse conmigo.

La araña estaba atónita y la euforia que sentía por dentro a penas podía disimularla pues siempre esperó que llegara a ella el amor.

Sin más silencio la araña aceptó con un “SI” lleno de seguridad; aquel fue el momento que Mosco buscó toda su vida, encontrar al amor era su aspiración y ahora podía morir tranquilo. En las 5,4 horas siguientes había envejecido, su esposa le había dado mucho afecto en ese tiempo y todo fue perfecto.

 Al final, ella acabó comiéndoselo pues como debes saber, las viudas negras devoran a su pareja después de haberle entregado su amor.

J.G Dávila

martes, 27 de febrero de 2018

Sábado por la mañana










Martínez da vueltas en su cama, agita las piernas con fuerza sacudiendo las cobijas…

–¡Qué velocidad tiene ese chico en las piernas!

Parece que se va a levantar, continúa agitando las piernas y ¡se levanta!, se mueve rápidamente a la puerta haciendo increíbles maniobras para esquivar las cosas tiradas en el suelo y sale.

–¡Hay que ver con la rapidez con la que va al baño! sus movimientos son impecables.

–Desde el anterior año ha estado practicando para no mojar la cama, verlo aquí demuestra su rendimiento.

–Casi tropieza con el gato y sus pies corren, se aproxima al baño, entra con fuerza y cierra la puerta, baja sus pantalones de pijama y ¡LO LOGRA!

–¡Sorprendente! Dos victorias consecutivas esta temporada.

–Esta emisión llega a ustedes con el auspicio de Doxapin, ¡al chuchaqui le pone fin!, despierta fresco con Doxapin.

Después de pasar el momento más hermoso de la mañana, Manuel salió del baño, sus ojos seguían rojos y entrecerrados, bostezó, había dormido igual que un oso y ahora tenía verdadera pereza ante la idea de hacer algo, sin embargo el hambre ganó.
Manuel fue a la cocina y abrió con pesadez la refrigeradora esperando encontrar restos de comida, lamentablemente la encontró tan llena de aire como una pelota.
No pasó mucho para que se viera fuera de su casa, despeinado y aún en pijama camino a la tienda; al llegar compró leche, cereal y fruta y muy contento con sus alimentos regresó a su departamento; prendió el televisor, se sirvió su cereal con leche y plátano y vio las noticias del sábado mientras comía.
Sus fines de semana generalmente eran aburridos y no tenían nada de sorprendente, sin embargo ese día sábado fue muy diferente puesto que tenía una cita y Manuel (por supuesto) la había olvidado. Conocería a una muy interesante chica con la que había estado hablando.
En ese momento su atención estaba en las palabras del reportero que informaba algo relacionado al venidero mes del amor –Cómo Manuel es muy despistado, esto no le sugirió nada referente a la cita que tenía en una hora y media–

En otro lugar a la misma hora, entraban a través de las cortinas los rayos de sol de las diez, la paz reinaba en aquella femenina habitación, afuera el sonido de los carros era mínimo y los pájaros daban una hermosa serenata de sábado, adentro ella dormía como un ángel, con delicadeza abrió los ojos y lo primero que vio fue su despertador –callado como nunca– marcando las 10.15am, sonrió y se desperezó con parsimonia, de repente recordó que tenía una cita, sus ojos se abrieron de inmediato y corrió al baño y se duchó lo más rápido que pudo, al salir corrió a su habitación y se puso lo que consideró más bonito, con el cabello mojado y sin zapatos corrió a la cocina, en un plato puso cereal y leche y se los comió en cinco cucharadas a máxima velocidad, corrió al baño de nuevo, lavó sus dientes, se puso zapatos y salió de la casa, sin embargo apenas salió recordó que no tenía las llaves por lo que entró muy apresurada y las buscó con afán, revisó su cuarto rincón a rincón, la sala, entre los muebles y bajo ellos, la cocina, el baño –por si acaso– y finalmente se fijó en que las había dejado metidas en la cerradura de la puerta, algo estresada cerró la puerta y corrió en busca de un taxi, se paró en la vereda y esperó, tenía que estar en donde acordaron en 15 minutos, sin embargo no pasaba por ahí ni un solo taxi por lo que después de esperar y pensar decidió ir en bicicleta.

–Carlota Carranza va en primer lugar contra el tiempo en su bicicleta rosa, la acera peatonal no tiene congestión y es muy sencillo pedalear, el único obstáculo presente son las grietas y las irregularidades del terreno y las condiciones climáticas, el sol está muy fuerte.
Carranza ya ha recorrido cien metros le quedan cuatrocientos más por ciclar y no se detiene, el tiempo sigue pasando…

En ese momento mientras Carlota pedaleaba con rapidez, Manuel con una cara de sobresalto que le hizo tragar de manera violenta la cuarta cucharada de su segundo plato de cereal, recordó que tenía una cita y solo 15 minutos para llegar al lugar en que acordaron, por lo que dejó el plato a medio acabar sobre el sillón y saltó al baño donde a toda prisa se enjabonó y enjuagó; salió inmediatamente y se vistió en un momento con las primeras prendas que encontró –que para su fortuna no le quedaban mal a pesar de ser una excéntrica combinación de colores– y así salió.
Al bajar las escaleras divisó a lo lejos un bus que pasaba por el lugar en el que tendría su cita y sin pensarlo dos veces chifló con fuerza, el conductor se detuvo y él alcanzó a subir.

–Cinco minutos para llegar a su meta, Carranza continúa pedaleando con fuerza y ya ha recorrido trecientos diez metros, la vereda se llena de gente convirtiéndose en un estorbo para la joven que por lo que se puede ver no llegará a tiempo.

El bus iba rápido cosa que resultaba beneficiosa para Manuel, aún así llegaría tarde debido a que estaba lejos del punto en dónde se verían.
Iba con impulsos nerviosos y no había parte de su cuerpo que no sea influenciada por un pequeño e irritante temblor.

–¡Carranza es una bala en la bicicleta! Ha logrado esquivar a los peatones y ahora está en recta, con buena velocidad podrá llegar justo a tiempo para su cita, ¡ya tan solo queda un minuto! ¡Es asombrosa la resistencia física que posee la competidora 020!

Manuel estaba inquieto definitivamente y a dos paradas del lugar de encuentro, sus manos sudaban y sus piernas –al igual que cuando quería ir al baño– se sacudían velozmente. Ya faltaba  poco, estaba ansioso.
Finalmente el bus estaba a una cuadra de la parada en la que se bajaba Manuel…

–¡Tan solo a segundos de la meta Carranza pedalea más motivada aún, está a punto de pasar alado de una parada de bus!…

Manuel aplastó el botón que anuncia la parada y el bus empezó a frenar, abrió las puertas y Manuel bajó muy rápido y totalmente distraído ignorando todo.

–Carranza está en la parada y ¡un peatón que no ve a los lados acaba de bajar de un bus…

Manuel vio de reojo una figura a su derecha que se aproximaba con gran velocidad, no pudo hacer nada y fue atropellado por una chica en bicicleta que antes de impactarse gritó sorprendida.

–¡Carranza no esquiva al muchacho y choca con fuerza contra él! Creo que eso fue todo señores.

Terminaron tirados uno encima del otro con la bicicleta en medio, ambos proferían quejidos de dolor, Carlota se había golpeado en la cabeza y en las piernas, Manuel se golpeó en la espalda y el cuello, la bicicleta no sufrió más daños que una zafada de cadena.
Se levantaron despacio y con dolor, ambos estaban molestos sin embargo en ese momento la preocupación por saber si el compañero accidentado había muerto fue más grande y Carlota preguntó si estaba bien; Manuel en tono pausado dijo que si y le preguntó lo mismo a Carlota, ella también afirmó que se encontraba bien y diciendo esto le reclamó muy molesta:

–¡¿Por qué no ves antes de bajarte de un bus?!  –Le dijo con una terrible expresión de enojo–

Manuel no sabiendo cómo reaccionar se molestó más y de manera grosera contestó:

–¡Porque no pensé que una loca vendría a toda velocidad en su bicicleta y se chocaría conmigo!

Un anciano que estaba parado cerca miró aquella discusión al igual que un partido de tenis, uno atacaba con un reclamo y el otro respondía. Habían excedido del tiempo que tenían para llegar a su cita y parecía no importarles, estaban tan acalorados discutiendo que perdieron por completo la noción del tiempo, de repente lo recordaron:

–No tengo tiempo para seguir discutiendo –dijo Carlota con apuro levantando su bicicleta–

Manuel –que pensaba seguir– dijo:

–¡Yo tampoco! Gracias a ti voy a llegar muy tarde a una cita

Carlota muy enojada respondió: –¿Gracias a mí?, tú fuiste el descuidado que no se fijó, ¡por tu culpa también estoy tarde para una cita!

Permanecieron en completo silencio mirándose detenidamente por unos minutos analizando lo que había sucedido y sus rostros se tornaron de color rojo –nunca antes les había ocurrido algo tan vergonzoso y no se habían dado cuenta–, ahora nadie quería decir nada y evitaban mirarse a los ojos.

–Disculpa, ¿te llamas Carlota? –Dijo al fin Manuel–

–Sí– respondió ella aún sin verlo directamente– y después añadió: –¿Tu te llamas Manuel verdad?–

Manuel se llevó una mano a la cabeza y algo tímido respondió con una sonrisa nerviosa
–Sí, así me dicen–

Este extraño reconocimiento y cambio súbito de clima era verdaderamente ridículo pero perfectamente justificado por la edad; el anciano que observaba se echó a reír y ambos se pusieron más incómodos.
Se disculparon el uno con el otro y llegaron a la conclusión de que el día estaba muy lindo cómo para no tomar un helado así que fueron en busca de uno.
Carlota había olvidado el dolor en la cabeza y las piernas y Manuel su dolor de espalda; mientras iban Manuel notó que la cadena se había zafado y la puso de vuelta en su lugar.
Hablaron por horas, se rieron y pasaron una tarde inolvidable. Al anochecer Manuel acompañó a Carlota a su casa y muy alegre fue de regreso a su departamento en donde encontró todo el desorden de la mañana y esto obviamente no le importó porque ahora sucumbía ante los efectos del amor.
Carlota se sentía muy alegre por lo que fue a su habitación y con un enorme suspiro que salió desde el fondo de su alma se fue a dormir. Por lo visto ambos jóvenes ya no saldrían solos de nuevo en un largo tiempo.

Cómo es de esperar, Manuel y Carlota empezaron a salir, y sus formas en cuanto a trato se fueron haciendo más y más cercanas.
En poco tiempo agradecían al cielo el haberse chocado en la calle y no haberse conocido de otra manera, pues ahora dependían el uno del otro como nunca hubieran imaginado en sus cortas vidas.
El tiempo pasó y pasó muy felizmente, estaban impregnados con la sustancia a la que denominamos “Amor”, pasaron mil aventuras juntos, volaron juntos e ignoraron la idea de estar en otro lugar con alguien más.
Una hermosa tarde y de la mano, acostados bajo un cielo repleto de algodón de azúcar se miraron fijamente a los ojos y se dejaron perder el uno en el otro, nada más parecía existir y absolutamente nada había sido más real…

En ese instante Manuel abrió los ojos, estaba tirado en el suelo, al parecer había tenido un golpe muy fuerte; bastante aturdido trató de ponerse en pie.
Carlota había atropellado a alguien con su bicicleta rosa y por supuesto había resultado herida también, un golpe en su cabeza y unos cuantos rasguños en las piernas; abrió los ojos con cara de dolor y trató de levantarse.
Tanto Manuel como Carlota no comprendían lo que había pasado, lo único que sabían era que hace un momento habían compartido momentos increíbles con alguien a quien les era imposible recordar.
Al levantarse preguntaron en unísono si el otro estaba bien, al escuchar sus voces se estremecieron, y cuando se vieron entendieron todo perfectamente.

J.G Dávila

Un caballero, un dragón y un tesoro... otra historia de la vida común y corriente

Estaba parado en el umbral esperando a que alguien abra la puerta.  El sudor bajo sus brazos y frente era el producto de unos n...